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Organizaciones públicas adaptativas en tiempos de crisis

Por Carmina Sánchez / Marcelo Lasagna

Ahora que se empieza a ver la luz al final del túnel, es un buen momento para reflexionar sobre lo que hemos aprendido de la crisis y lo que queremos quedarnos de todo lo que hemos cambiado durante estas semanas.

Esta pandemia nos ha obligado a adoptar cambios de manera muy acelerada, sin red de protección y con los riesgo de equivocarnos. Pero lo hemos tenido que hacer, no nos ha quedado alternativa ante la dimensión de la tragedia. La necesidad de sobrevivir y seguir aportando valor a la ciudadanía ha catalizado transformaciones que quizá llevaban años en carpeta pero que por la inercia del día a día o la falta de coraje para asumir riesgos, estaban paralizadas como una colección de buenas intenciones. La respuesta a la crisis nos ha demostrado que sí se pueden cambiar las cosas. Ahora bien, sólo podemos cambiar las cosas en vez de tsunami? Probablemente todos coincidimos en que sería óptimo no necesitar un maremoto para hacer transformaciones profundas en la administración pública.

¿Y como se hace esto? En primer lugar hay un ingrediente básico, sin el cual ninguna receta puede funcionar, el liderazgo. Hay cordura, visión, coraje y compromiso para conducir un equipo humano en la transformación. Asumir riesgos responsables y muchas dosis de creatividad para que haya aprendizaje real, lo que crea valor dentro y fuera. El liderazgo constituye un elemento habilitante, pero también habrá que aplicar nuevas maneras de mirar y navegar con el fin de fortalecer la capacidad adaptativa tan necesaria cuando estamos en un entorno complejo, volátil e incierto.

El enfoque de los sistemas adaptativos complejos (CAS por sus siglas en inglés) nos puede ayudar a entrenar el músculo de la adaptabilidad. Este modelo nos plantea pasar del paradigma de resolver problemas al de buscar y crear patrones que nos ayuden a orientarnos en la complejidad. En contextos más estables, encontrar la causa de un problema nos puede ayudar a buscar soluciones prácticas. En un entorno de alta complejidad, no hay ‘porqués’ únicos, los motivos siempre son múltiples. Pensamos en el cambio climático. No hay una única causa que la esté provocando, sino muchas: uso intensivo combustibles fósiles, falta de gobernanza internacional, visión de corto plazo de los gobiernos, sobrepoblación, deforestación, maneras de consumir, etc.

Debemos aceptar que la incertidumbre no se puede controlar, como mucho, navegar. En este sentido, la administración pública más tradicional, ha sido orientada a buscar eficiencias en el funcionamiento, pero no tanto a enfocarse en la generación de valor público. Entender y diseñar patrones de aportación de valor a los ciudadanos, tal vez el inicio de un cambio transformacional.

Y como poner en marcha esta lógica transformadora? Os proponemos la ‘Ruta Protea [1]’:

Entender los patrones de nuestro entorno. Lo primero que tenemos que hacer es entrenar la mirada. ¿Qué está pasando en el entorno? ¿Qué patrones nuevos están emergiendo en esta crisis? ¿Cómo reacciona el ecosistema? Qué queremos conservar de nuestra identidad en todo esto y qué debemos desaprender? El objetivo de estas preguntas es que nos lleven a identificar cuáles son los espacios de posibilidad que están emergiendo de la crisis. Tanto a nivel de nuestra organización como a nivel de ecosistema. Generalmente, las respuestas no serán simples, sino que se expresarán en forma de dilemas. Por ejemplo, en un entorno emergente de teletrabajo convierten disyuntivas como vida familiar vs laboral, seguridad informática vs ubicuidad, riesgos laborales en el lugar habitual de trabajo vs en casa, etc.

Crear nuestros propios patrones y reglas sencillas. La observación profunda del entorno nos permitirá entender qué pasa y definir los espacios de posibilidades. Es el momento de definir los ámbitos de exploración y de diseñar nuestra carta de navegación que se expresará en pautas sencillas. Estas reglas simples permitirán que los patrones se repliquen a modo de fractales, expresándose de forma coherente pero con las peculiaridades necesarias para atender a la diversidad y necesidad de cada contexto. Por ejemplo, si decidiéramos crear una comunidad de prácticas surgidas de la crisis, algunas de las reglas sencillas podrían ser: los miembros adoptarán el rol de profesor y alumno; las prácticas se deben focalizar en lo útil, se regirán por la colaboración y la transparencia, etc.

Manos a la obra. Llega el momento de poner en marcha y probar si lo que hemos diseñado tiene la capacidad de aportar el valor esperado. Debemos hacerlo de manera ágil y orientándonos a lo esencial. Y, lo más importante, hay que construimos historias que podemos contar en nuestro entorno. Si lo que estamos cambiando son patrones, debemos ser capaces de transmitir el relato de manera que toque a los otros equipos y se viralizar la nueva manera de hacer, para que el ecosistema se lo apropie de forma orgánica y lo haga crecer como a nuevas formas de aportación de valor.
Esta ruta pretende ser una guía sencilla para equipos y organizaciones. Una pauta que nos permita reflexionar de forma abierta, aceptando la complejidad del entorno y buscando los espacios de posibilidad para adaptarnos de forma ágil y útil. Y, mientras hacemos este camino, convertirnos en equipos con capacidad de aprender y transformarse.

[1] Protea (mundo vegetal) es el nombre botánico de un género de plantas florales dado al 1735 por Linneo en honor al dios griego Proteo. Este nombre viene dado porque son plantas que adoptan muchas formas diferentes y tienen una alta capacidad adaptativa.

Proteo (mundo mitológico) es el nombre de un dios griego del mar que podía predecir el futuro y cambiar fácilmente de forma.

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